Después que una nube lo alejara de la zona de vuelo y acabara haciendo un aterrizaje de emergencia en plena cordillera del Himalaya (norte de India), José Luis Bernal “Chelui” asumió que sólo podría salir de allí por su propio pie. Sobre todo, tras comprobar que su Spot -el aparato de rastreo satelital para casos de emergencia- no funcionaba. Cinco días más tarde, con el mundo del parapente en vilo tras una intensa búsqueda y su caso en todos los medios españoles mientras disminuían las esperanzas de encontrarlo vivo, un helicóptero contratado por su seguro conseguía localizarlo mientras descendía por un escarpado collado, ya con el valle de Bir Billing a la vista.
El piloto asturiano, de 60 años, había hecho dos intentos de salir volando del estrecho e inhóspito valle a casi 4000m donde acabó aquel 19 de octubre de 2018, además de escalar y descender varias veces en busca de una salida que lo acercara hacia Bir, donde se encontraban sus amigos moviendo cielo, mar y tierra para encontrarlo. Aparte de su buen estado físico, su experiencia como espeleólogo y en la montaña -un medio que no le es nada desconocido- y su providencial “kit de emergencia” con el que siempre vuela, fueron determinantes para que sobreviviera a esta aventura que, según nos cuenta, no es la primera cercana a la muerte que le ha tocado vivir. Pero sí le ha afectado profundamente. “Te das cuenta de lo importante que es decirle a tu familia que los quieres, abrazar a los amigos, ser agradecido y no quejarse, hacer algo más por los demás”, nos dice ya de regreso en su casa en Asturias y un poco abrumado por las muestras de cariño recibidas desde el “incidente”. En este video tienes un resumen de cómo ocurrió todo:
Y así nos cuenta su historia:
-Chelui, ¿cómo fue que acabaste en plena montaña a 4000m y lejos de la zona de vuelo de Bir Billing?
Eran como las 11 de la mañana y era un día perfecto, con las típicas nubes condensando en las zonas altas de la montaña. Yo estaba un poco adelantado hacia el valle y cuando estaba decidido a irme al aterrizaje -era un vuelo casi de reconocimiento, llevábamos sólo 3 días en Bir y teníamos muchos días por delante- veo que empieza a condensar a mis pies y aparecen unos jirones de nube que no había. Y en cuestión de 10 segundos me vi completamente envuelto. Seguramente había una térmica o una confluencia fuerte y se formó una nube muy compacta y creciendo. Intenté mantener el rumbo con la brújula, pero noté que empezaba a subir cada vez más, el pitido del vario era casi continuo, entonces digo esto está creciendo mucho, tengo que bajar. Empiezo a barrenar y meter orejas, pero sin tener referencia del suelo, y como había viento en altura, me voy desplazando hacia atrás. De pronto veo una ventana a través de la capa de nube hacia abajo y veo el terreno, así que me meto por ahí, barreno un poco, recupero la visibilidad, pero no tenía idea de dónde estaba. Ya no tenía opción de saltar otra vez hacia la ladera y aunque me orientara a sur no tenía altura suficiente para pasar la barrera montañosa que tenía delante. Así que me preparo para un aterrizaje de emergencia. Era un valle cerrado, agreste, brutal: blindado por accidentes geográficos. Localizo un punto seguro para no lesionarme, que ahí eso hubiera sido el fin. Y aterrizo allí. Y ahí empieza todo.
-¿Llevabas un Spot u otro aparato de rastreo satelital de emergencia?
Sí, tenía un Spot pero cuando lo fui a usar resulta que no encendía. Luego verifiqué que las pilas estaban bien, tuve la mala suerte de que murió justo allí. Tenía mi instrumento con GPS pero no tiene un mapa, o sea que tenía coordenadas pero no sabía exactamente si estaba en el primer valle atrás de Bir o dos valles más atrás… Pero al final era lo que yo pensaba: estaba en el primero.
Seis almendras, una ciruela y una barrita
Mientras Chelui evaluaba “el lío” en el que estaba metido, sus compañeros de viaje -Sento, Emilio, Vicente, Juanjo, Sergio- se reunían en el aterrizaje oficial y se daban cuenta de que les faltaba uno. Tras infructuosos intentos por contactar por radio a Chelui y después de preguntar por él a todo el mundo, debían esperar un día entero para denunciar su desaparición y activar la búsqueda tanto a través de los canales oficiales de India como por el seguro que el piloto tenía contratado a través de la Federación Francesa de Clubes Alpinos. Todas las acciones que el grupo intenta se vuelven penosamente lentas en la burocracia india, aunque la embajada española les ayuda a resolver algunos obstáculos. Recién el domingo 21 de octubre consiguen que un helicóptero de una compañía privada realice una primera búsqueda por la zona del Big Face, último punto donde se había visto a Chelui. De las 5 horas que cubría el seguro, tres se consumen en el viaje desde Delhi y apenas 2 se dedican a buscarlo infructuosamente en la inmensidad del Himalaya, una aguja en un pajar. El lunes 22 sus amigos hacen un llamado desesperado a través de redes sociales y medios españoles para conseguir más horas de búsqueda por helicóptero. El tiempo corre y las esperanzas se van debilitando…
-¿Qué llevabas en tu mochila?
Lo normal allí en Bir es subir hasta los 5000m, hace frío, así que iba bien abrigado. Llevaba la chaqueta de plumas, guantes y manoplas, dos pasamontañas y ropa interior térmica. Además, yo siempre llevo un kit de emergencia con navaja, una tableta de ibuprofeno, unas tiritas y una manta térmica de esas plateadas finas. Suelo llevar de comer también, pero como la previsión era de hacer un vuelo corto, llevaba agua y poco más. Cuando me veo ahí y digo a ver qué es lo que tenemos, saco una bolsita y cuento: una, dos, tres, cuatro, cinco, ¡seis almendras! Una ciruela y una barrita. Al día siguiente ya no quedaba nada. Como tenía los ibuprofenos, me tomaba uno por la mañana y otro por la noche, que llevan almidón y algo harán, pensaba…
-¿Qué haces a partir de ese momento?
Veo que estoy en un valle totalmente cerrado inhóspito, virgen, hacia abajo. Pienso que estoy en un marrón gordo, ¡pero no que iba a tardar 5 días en salir! Intenté ir primero abajo pero descubro que no se puede pasar. Entonces pienso en salir por arriba, intentar despegar. Hago un par de intentos de salir volando, pero tenía que subir hasta unos 4300m para pasar un collado y no conseguí pasar de 3800m, la cara norte estaba muy fría. Tampoco quería jugármela en un mal aterrizaje.
Llevaba un equipo ligero (parapente Triple Seven Rook 2 Light, silla ligera Skywalk Ranger y paracas ligero) que, en total, hacía unos 8kg así que decido llevarlo conmigo y salir hacia delante, en dirección sur suroeste. Estaba en una zona de granito, con bloques enormes, entonces me metía debajo de algún saliente para que me protegiera del viento por la noche y me envolvía en el parapente para dormir, que es un buen aislante. Tenía un mechero y al principio donde estaba había algunos matorrales, así que las dos primeras noches conseguí hacer fuego quemando lo que pillaba y también unas taloneras de goma que ardieron muy bien. Luego empiezo a explorar hacia arriba por la montaña, buscando una salida hacia la cara sur, de pronto subía y llegaba a un punto en que no podía avanzar más y había que volver a bajar, y luego intentar subir otra vez por otro lado…
-Desmotivante…
Sí, yo tenía momentos de bajón en que me ponía a llorar, pensaba voy a morir aquí, empezaba a escenificar a mi familia… el cuerpo no iba a aparecer jamás porque me hubieran comido los bichos. Pero después cortaba, me dejaba de tonterías y pensaba ¡Mañana tienes que salir de aquí! Armaba el campamento, intentaba descansar. Lo peor era pensar en la familia y lo preocupados que estaban. El segundo día, el domingo, vi aparecer un parapente volando a lo lejos, detrás de la cuerda que tenía delante, eso me dio una inyección de moral para seguir.
El primer contacto y nuevas esperanzas
El 3º día (lunes 22) llegué al primer collado que daba en dirección hacia el valle de Bir. Pero al otro lado eran bloques de piedra enormes, cortados, y era imposible abrir el parapente o bajar por ahí. Llevaba la radio siempre pegada al cuerpo, como oro, para que la batería no se descargara. Y la encendía a la hora que más o menos sabía que había parapentes volando, los veía pasar en la ruta clásica hacia Dharamsala. Y llamaba. Entonces ese día me contestó alguien, era un chico argentino, no se oía muy bien, pero le digo soy el piloto español perdido, es muy importante que encuentres a mis amigos y les digas que estoy bien, que estoy intentando bajar. No supe más porque la comunicación no era buena, pero me quedé más tranquilo.
-¿Esperabas que te fueran a buscar en helicóptero?
Sabía que estarían buscándome y haciendo lo posible pero no, la verdad es que pensaba que tenía que bajar solo y que allí no iba a llegar nadie. Seguí buscando y encontré una especie de canal que bajaba y que tenía incluso una lengua de nieve antigua, y por ahí empecé a bajar.
*Mientras Chelui se buscaba la vida para bajar de la montaña, sus compañeros recibían la feliz novedad del contacto por radio y se renovaban las esperanzas de encontrarlo. Con la noticia circulando sin parar por medios de comunicación y redes sociales, también llegaba el apoyo de otros pilotos que ofrecían dinero para sufragar los gastos de una nueva batida en helicóptero por la zona. Finalmente, no era necesario ya que el seguro aceptaba cubrir una nueva búsqueda el martes 23. Ese día, encontrarían un parapente abierto en la montaña, pero no el de Chelui sino el de un piloto de Singapur también desparecido aunque con menos suerte: no sobrevivió. Chelui guardaba la batería de su radio y pronto conseguiría hacer contacto.
Adiós al parapente nuevo
-¿Desde ahí ya tenías a la vista el valle?
Veía ya el valle de Bir pero a una distancia y desnivel alto, el valle está a 1500m y yo estaba a 4200m. Era una canal muy agreste, con bloques muy verticales, roca y empiezo a bajar por ahí, pero el día se cerró pronto, se metió la nube. Era un descenso complicado y ya no veía posibilidad de despegar así que decidí dejar el parapente y quitarme peso. Era mi último cartucho. Seleccioné las cosas que me llevaba en una mochila pequeña y lo que dejaba en la grande, el equipo de parapente. Pero como iba por esta bajada y para no dejarlo allí, tiraba la mochila rodando, veía donde quedaba y luego la alcanzaba. Bajé bastante hasta que llegué a una lengua de nieve helada de las avalanchas del invierno interior, perfectamente encajada en la canal, la parte superior era como un tobogán y por debajo había cuevas, me tiraba por ahí deslizando con cuidado. En un momento dado tiro la mochila, coge velocidad y ya la pierdo de vista… Sigo bajando, pero veo que ya no la voy a encontrar, se habrá quedado en alguna grieta. Ahí perdí mi parapente, que tenía apenas 4 meses de uso.
En ese momento yo bajaba como una cabra, estaba físicamente bien. Curiosamente, en vez de empeorar cada día mejoraba físicamente, solo tenía bajones emocionales, de que iba a morirme de hambre o de frío… Ahí bajaba corriendo muy vertical y perdí unos mil metros como en una hora. Pero no sabía si me iba a encontrar una vertical infranqueable, las dos o tres que me encontré sí las pude superar por un lateral.
Rescate in extremis
Terminé toda esa lengua de nieve y hielo y en ese momento ya oigo algo… ¡oigo el helicóptero! Entonces cojo el walkie, le pongo la batería y hago contacto con Juanjo, que venía en él. Le voy dando indicaciones con dificultad, yo veía el helicóptero muy lejos porque esta canal estaba empotrada al fondo de un barranco, detrás de unas sierras menores que iban perdiendo altura hacia el valle, una serie de valles y canales. Después de un rato consiguen acercarse muy despacio, llegan hasta unos 3-4 metros de mí y ven que no es aterrizable allí, tampoco están preparados para un rescate, es un helicóptero privado, no un helicóptero de rescate.
-¿Te dejan allí?
Era tarde así que me bajan una mochila con un plumífero, un frontal, comida… Y me dicen que ven que puedo seguir bajando, claro, desde el helicóptero todo se ve bien. Me dejan a pasar la noche y me dicen mañana volvemos. Luego me doy cuenta de que con el ventarrón del helicóptero se ha volado la bolsa con las manoplas, que acaba allá abajo en el agua y ya no las puedo usar… ¡Las manoplas, que me daban la vida por la noche! Esa fue la peor noche, ya no tenía el parapente, ni manoplas y estaba a cielo abierto, totalmente a la intemperie. No valoré yo que esa noche aún iba a estar arriba, pensaba que podía salir ese mismo día, que bajando ya encontraría terreno más plano… pero qué va, estaba aún muy lejos.
Aguanté la noche, cuando cojo la mochila noto algo con calorcito ¡comida! Pero cuando me pongo a comer, pues no tenía hambre. Estaba con el “plan B”, el cuerpo pierde el apetito por la falta de comida. Ya cuando regresé al mundo civilizado pude comer bien…
-¿Cómo fue el rescate?
Al día siguiente el helicóptero llega a las 6 de la mañana, el piloto tenía que meterse allí en ese terreno difícil así que a primera hora con el ambiente frío era todo más estable y el aire quieto, fundamental para no accidentarse. Venía Juanjo, que es bombero, y ya traían el plan, me lanzan el arnés, a mi radio le quedaba apenas una rayita para hablar con ellos. Me pongo el arnés, que me cuesta bastante porque estaba bajo el aire del rotor y al borde de un acantilado, luego me lanzan el cordino de seguridad, me anclo peleando con el viento y el arnés que era integral, yo al filo del cortado y ahora, agárrate al patín como cuando te cuelgas de una barra y dejas el cuerpo en el aire. Ahora viene el paso siguiente que es subir las piernas, ya no me voy a caer porque estoy asegurado…
El helicóptero se aleja un poco al exterior pero estable, el piloto era un máquina, y yo colgando a brazo tenía que enganchar el pie, y ya un poco entre los tres… yo empujo y me tiran desde dentro ¡y ya me encuentro en el helicóptero! Viene un momento de que yo me abrazo a Juanjo, nos abrazamos, y él sólo me dice ¡Joder tío, joder tío…!¡Maravilloso!
Las lecciones del Himalaya
-¿Cómo te ayudó tu experiencia de montañero?
Yo pienso que me ha valido mucho, he vivido siempre en la montaña, acostumbrado a subir y bajar, corriendo, en bici… Hice mucha espeleología antes de conocer el vuelo, ya después me dediqué a ir por encima de la tierra… Hago mucho esquí de travesía, también he escalado, aunque no tanto. Para mí era un medio absolutamente familiar, yo he dormido colgado de cuerdas en el monte, entonces dormir allí no era algo nuevo para mí. Lo de pasar frío tampoco.
“Con prudencia se puede volar con seguridad, nunca vamos a tener el 100% de seguridad, la propia vida es así”
-¿Crees que esta experiencia te ha cambiado en algo tu forma de ver el vuelo?
A nivel técnico hay varias lecciones importantes y yo encantado que esta experiencia les sirva a otros. En lo deportivo, analizando como ocurrió, que estaba todo perfecto, comunicados por radio, condiciones buenas… Creo que a la mínima perdida de visibilidad hay que hacer maniobras de evasión inmediatamente: acelera, mete orejas y mantén el rumbo para asegurar que no te meta para atrás. Ábrete al valle, observa cómo evoluciona la nube, y ves si puedes seguir. También, yo no llevaba un panel de navegación con el mapa metido, si lo hubiera llevado ya te aseguras de bajar barrenando en una zona buena. Un navegador en el que veas el relieve y tu posición es importante.
-¿Y en tu forma de ver la vida?
En lo personal, una vez que le ves las orejas al lobo dices qué tonto he sido de no valorar la vida aún más de lo que lo hacía, el valor de la amistad, de la vida en general, las cosas simples, o normales… ¡Cómo no le dije a mi mujer más veces que la quería, o a mis amigos, cómo no los abracé más! Claro, eso lo valoras más, dices dios mío lo que me he perdido: el haber hecho algo más por los demás, como lo han hecho mis amigos por mí. Ahora voy a empezar a hacer voluntariado, para agradecer más, no ser ingrato. Parece que muchas veces nos preocupan cosas que son tonterías.
-En cuanto al vuelo, ¿cómo te sientes? ¿Vas a volver a volar?
¡Vuelvo a volar, claro, el parapente no tiene culpa de nada! Yo no tuve un accidente, fue un incidente que pudo tener consecuencias graves, pero en parte fue fallo mío que no hice lo mejor que podía hacer. Tampoco fue una imprudencia. Ahora volaré mucho más seguro que antes, en cielo azul, en el espacio libre y abierto. Incluso en casa, mi mujer y mi hija me decían que no me van a pedir que lo deje porque “no lo vas a dejar”. Y yo dije, ahora vais a estar mucho más tranquilas que antes porque ya tengo otro filtro de seguridad más.
-¿Y a la zona de Bir volverías?
No sólo volvería, sino que es posible que el año que viene vuelva con mi familia también. Es realmente una zona preciosa, con templos tibetanos, es un sitio que merece la pena conocer, cerca de Dharamsala donde está la residencia del Dalai Lama. Además, me ha quedado pendiente hacer algún vuelo más curioso allí. No tengo ningún miedo y me siento mucho más seguro ahora. La familia sabe que no lo voy a dejar, pero también saben que soy muy prudente, que ya tengo una edad y una experiencia… Entonces sí, volveré a volar, sí. Con prudencia se puede volar con seguridad, nunca vamos a tener el 100% de seguridad, la propia vida es así. Ahora voy a dejar una temporadita de reflexión, porque ha sido muy intenso todo. Estoy deseando volver a ver a mis amigos que ya son “mis hermanos”, que se quedaron volando allí. Yo les dije, os voy a hacer un encargo: Tenéis que disfrutar mucho más los vuelos que os quedan que si hubierais estado en condiciones normales. Ojo con las nubes y ¡hay que saborear la vida!
*Gracias a Chelui por compartir con Ojovolador.com su extraordinaria experiencia de supervivencia, así como las imágenes y videos que nos permiten apreciar mejor la dimensión de lo que vivió. Y gracias a sus amigos, que no perdieron la fe y siguieron buscándolo hasta encontrarlo, toda una lección de compañerismo.