Es cierto que hay infinitos parámetros, pero podemos definir el resultado de nuestros vuelos en parapente como una mezcla de estrategia y actitud.
Estrategia para establecer una ruta atendiendo a la información meteorológica, la orografía del terreno, los espacios aéreos y sus limitaciones y, por supuesto, nuestros sueños y conocimientos.
Una vez definida sólo resta avanzar con velocidad, siempre sinónimo de seguridad. Si bien, salvo que acometamos una competición, no se trata de ir deprisa sino progresar de manera fluida anticipando los principales escollos, sin que éstos nos detengan de golpe y bloqueen nuestra mente sólo por no haber previsto que sobrevendrían. Podemos hablar de ritmo; esa es la palabra: hay que buscar el nuestro en conjunción con el entorno y las herramientas empleadas… ¡y seguirlo!
Y actitud, pues es evidente que volar sin convicción no conduce a ningún lugar salvo al primer aterrizaje. La concentración es decisiva, pero salir a volar con idea de permanecer mucho tiempo en el aire es el primer paso para lograrlo. Los expertos dicen que hay una predisposición natural interna al éxito o el fracaso; el pensamiento positivo es una de las primeras reglas del entrenamiento psicológico, tanto o más importante que el físico.
Actitud, pues volar sin convicción no conduce a ningún lugar salvo al primer aterrizaje
En vuelo, el miedo presiona demasiado. Hay que perderlo pero tampoco hasta el punto de descuidar la citada concentración. Ser humildes y sinceros, escuchando nuestra voz interior, establecerá una valoración objetiva de nuestras capacidades. Si algún día nos sentimos desmotivados es mejor no volar. En otra jornada, con mejor humor, tal vez resolvamos cualquier reto que nos planteemos sin asumir riesgos por no tener todos los elementos en su lugar.
Dentro de nosotros mismos, y no en nuestros músculos, está el equilibrio. Los ejercicios de concentración que se realizan en yoga y otras prácticas asiáticas pueden ayudarnos en esa exploración.
La pasión nos hará conocer el medio, la materia, y percibir cómo se comporta cuando la surcamos con nuestro parapente. Formarse el mejor camino para sentirse más y más fuerte, dominando técnicas y conociendo el porqué de las cosas.
Nietzche dijo: “no se puede aprender a volar volando”, aseveración que podríamos contradecir instantáneamente. Pero podemos utilizar la frase incluyendo un “sólo” (no sólo se puede…) para abrir nuestra mente y pensar que podemos ser mejores trabajando estrategia y actitud en nuestras cabezas. Estar en el medio dará mayor confianza pues en él experimentaremos cosas imposibles sin la práctica. Pero el trabajo paralelo es, pues, interesante y muchas veces imprescindible, ya que acelera el proceso de adaptación del hombre a una actividad para la que no ha nacido dotado naturalmente.
Desterrar los malos espíritus
Elegir el punto de vista adecuado no es siempre sencillo. Muchas veces las expectativas y sueños o deseos frustrados nos empujan a ver las cosas desde un prisma que no es el adecuado. He desarrollado una estrategia que espero os ayude y es la de ver el vaso siempre medio lleno. Me explico: no se trata de autoengañarse, sino de dirigir la mirada hacia lo positivo, sin dejar de tener en cuenta el análisis para mejorar y aprender.
Soy una persona tremendamente crítica, sobre todo conmigo mismo. No suelo utilizar a los demás para medirme, e intento aislar los datos objetivos para no tratarme mejor o peor de lo que debo hacerlo en realidad. No quiere decir que acierte, por supuesto, precisamente porque soy yo –un ser subjetivo e imperfecto- quien está hablando de ver las cosas con objetividad. Hablar en esos términos ya es tendencioso, aunque intento trabajar equilibradamente para administrar esos estímulos que hacen me supere, pero dando suficiente caña para forzarme a hacerlo mejor la próxima vez. Ser autocomplaciente, tapando lo malo con lo bueno –si es que existe- sería estéril, como también lo es atacarse destructivamente.
valorar los pequeños detalles y sacar algo positivo de cada camino, por muy tortuoso que sea
Mi modo de ver el vuelo es la forma en que me gustaría ver la vida siempre. Y no es otro que sintiendo que recibo un premio constante: el del aprendizaje continuo. Ello me lleva a valorar los pequeños detalles y sacar algo positivo de cada camino, por muy tortuoso que sea.
No palía todo, pero me llena de optimismo para la próxima y creo que es una buena fórmula para aplicar en esos casos que, a buen seguro, todos conocemos: pilotos que hablan de “día de mierda” cuando el vuelo planificado era de 250 kilómetros y “sólo” han alcanzado la escalofriante cifra de los 240; competidores que lamentan no llegar a gol pero han estado trabajando con todas sus fuerzas para permanecer en el aire mientras luchaban con turbulentas térmicas a pocos metros del suelo, o han escogido una mala ruta entre dos opciones que han meditado con atención pero sabían de antemano que contaban únicamente con el 50% de probabilidades de éxito; caminantes que maldicen las horas invertidas en ganar una cumbre pues despegan sin encontrar una sola ascendencia pero realizan un largo planeo bañados por las últimas luces en un entorno bellísimo…
Volar siempre es un regalo; sólo hace falta un poco de “actitud” positiva para sentirlo. No hacerlo es, sin duda, un gran error.
JOSÉ ISIDRO GORDITO “Josito”